¿Dónde estoy?

Muchas de mis conversaciones por estos días manifiestan en mí, una sensación de incertidumbre, de incompletitud, de incomodidad vertiginosa. La escucha presente de un otro que me acompaña en este viaje sobre todo aquello que siento y pienso, ha dado paso a verbalizar y decir en voz alta, la conclusión a la que he llegado:

Soy Alicia cayendo por la infinita madriguera del conejo, pero en ese segmento en el que se ha acostumbrado a la caída eterna, ve las cosas pasar, casi con aburrimiento, aquellas de las que no se aferra, mientras continúa cayendo observándolo todo.

Estoy en un viaje hacia el interior, que se siente como haber salido de mi casa alma hacia una nueva aventura, pero de repente alguien o algo me cambió el escenario por completo. La aventura que estaba esperando, lejana a mis expectativas, es descrubrir un nuevo camino a casa. Mi hogar interno es el mismo, en algún lugar entre tanta oscuridad se encuentra, de eso tengo certeza.

Pero y yo…

¿Dónde estoy?

¿Dónde estoy?

¿Dónde estoy?

Me agarra contra el corazón la pregunta punzante y repetitiva, mientras me da el sol en la cara, el mismo sol que atraviesa las hojas verdes y translúcidas de los árboles. Y entonces, la atmósfera, la energía, la realidad, cambia rotundamente. Voy cayendo, como Alicia, aunque en esta realidad esté sentada en una mesa en un bar de tapas en Madrid con Migue a mano izquierda, mirándome detenidamente. Y es en ese momento de consciencia absoluta, de momento eureka, de sinapsis neuronal, en plena caída que lleva ya varios meses sucediendo, que el Universo mismo, ha encontrado como siempre la forma de materializar unas manos enormes, sabias y amorosas con las que ha abierto una ventana, me ha mirado fijamente a los ojos y me ha dicho: ¡Aquí estoy!

No sé cómo explicarle esto a Miguel, aunque sé muy bien que no tengo la necesidad de hacerlo, estamos entretejidos por las mismas ondas, el mismo hilo. Entonces me permito sentirlo y me agarro a llorar. No es tristeza, no es rabia, no es preocupación, no hay más vértigo, es ese llanto que conozco como la palma de mi mano: es el nudo que se ha desatado, el misterio resuelto, la comprensión del dilema, son lágrimas de alivio, de consciencia, de salto cuántico.

El universo me abraza de tantas formas y esta ha sido una de ellas, he experimentado el milagro cósmico: el ser mi observadora interna antes que Luisa Oviedo. Ha sido tremenda experiencia el entender el propósito de tanto movimiento, el sentirme sostenida en medio de la caída, el haberme acurrucado por unos segundos que se han sentido como una eternidad, en el amor infinito de Dios.

¡Aquí estoy! me ha dicho fuerte y claro, y ha vuelto a dejarme con tanta delicadeza y compasión, en la misma silla, bajo la misma luz del sol, con las mismas hojas verdes vibrantes, en la misma ciudad de Madrid, con el mismo ruido, el mismo esposo, la misma gente. La que ha cambiado, soy yo.

He aterrizado en otra de mis tantas pieles, uno de los tantos avatares con el que intercambio constantemente ante la crisis existencial. Esta Luisa en la que he aterrizado, es más valiente, más colorida, más determinada, más confiada, más amorosa consigo misma. Es la que acciona, la que tiene un tercer ojo en la frente con el que puede ver todas las dimensiones de este viaje humano y con facilidad encontrar una aguja en un pajar.

A lo lejos se ve mi casa alma, con todas sus cositas, su cocina de bruja, sus plantas que bailan, su perro que habla, su compañero que ríe, sus ideas y dibujos que revolotean como pájaros que vienen y van. Veo tantos caminos, tantas formas de llegar. Ya no tengo miedo de no encontrarme, de caminar equivocadamente, porque todos los caminos conducen a mí, están conectados por el mismo propósito y la misma frecuencia del amor.

Aquí estoy,

aquí estoy,

aquí estoy.

En el presente eterno, entregándome al milagro hermoso de existir.