Mudanzas de casa, de piel y de vida
- Luisa María Oviedo
- 26 may
- 5 Min. de lectura
He despertado en una era diferente. Como si hubiera experimentado en cuerpo propio la mismísima evolución humana. Repto como un animal saliendo del agua, con otra forma, con otro ritmo, con otras habilidades que antes no tenía. Ya no soy esa anterior a mí, ahora soy un pez con patas que han sacado abruptamente del agua.
Me ha costado entender de qué va este mundo nuevo. He encontrado en mí tanta resistencia a querer aprender a respirar en este cuerpo diferente, pero he encontrado, después del caos y el desespero, un chispazo sutil de curiosidad ante lo que me rodea. Lo aprovecho con fiereza y abro mis enormes ojos que ahora ven en la oscuridad y me doy cuenta de que mi casa ya no es la misma, ni mi piel, ni mi vida, ni mis pensamientos, ni mis valores, ni mis amores, ni mis dolores.
Me he sentado a llorar a mares, siendo este cuerpo distinto, con esta textura en piel tan salvaje, que me va indicando que quizás siempre fui de aquí, de este lado, solo que lo olvidé.
Desde que tengo uso de razón he creído que la vida humana es dura, con tanta luz y tanta sombra en todo lo que sucede a nuestro alrededor, pero me ha pasado que a los 30 estrené el regalazo que es tener un lóbulo frontal por fin completamente desarrollado. Y ahora, un torbellino de preguntas inunda mi alma pero también ha traído consigo, un raudal de respuestas que antes no podía ni formular. Así la vida, con sus subidas y bajadas, con todo lo que me quita, con todo lo que me pone a prueba, me resulta por fin suave, tierna y compasiva.
Voy entendiendo en tan poco tiempo y a una velocidad indescriptible, que he perdido mi anterior forma, mi lugar seguro. La narrativa que había construido sobre mi propia historia de vida se ha disipado en un lugar lejano, que aunque intento escucharla, ya no resuena más en mí, no escucho más esos ecos del pasado. No sé cómo explicarlo, llevo ya varios meses en un delirio espiritual bastante real en el que experimento un estado constante de hiperconsciencia, de total presencia. Me he acurrucado en el dolor, en la pérdida, en el duelo y me he dado cuenta que con los años he aprendido a entrar y salir -como un animal escurridizo- por las pruebas de la vida y las situaciones difíciles, bien felina y entrépida.
Me encamino, corriendo, trepando, rasgando, olfateando, alguna señal, algún vestigio de mí misma. Me encuentro en un ciclo infinito en todos los tiempos, en el pasado, en el presente, en el futuro, en todas mis formas, en todos mis colores, en todos los seres que soy. Hallo sensaciones propias en cada rincón, me voy encontrando en todos los rastros que me he dejado desde un futuro que existe en el hoy, el mañana y el ayer.
Pero, ¿de dónde viene todo esto? No lo sé, solo sé que en lo que va de este año parece a simple vista que he tenido más pérdidas y duelos que ganancias y victorias. Lo que empezó como una etapa florecida, estando recién casada y feliz de lo que traería el 2025, se ha transformado en un abrir y cerrar de ojos, en una purga ante los parásitos en los que suelen convertirse la comodidad y la zona de confort cuando les das mucha confianza.
Yo, que tenía 2 trabajos "estables", me he quedado sin ninguno, a uno renuncié porque me desencadenó una crisis de TOC que me dejó paralizada en casa con pensamientos en loop durante 3 días, sin poder dormir, reír o desconectar. El otro terminó porque al parecer el sector de diseño está en crisis y mi trabajo no sería más necesitado. Decidimos con mi esposo regresarnos a vivir a Cali, después de 4 años de vivir una vida semi-nómada en otras ciudades. Hice el duelo a las relaciones tan hermosas que construí en Chía, mis amigas y amigos que acompañaron momentos transitorios pero tan reveladores en mi propia historia de vida. Mi luna de miel lejos de ser el sueño perfecto donde compartes con tu esposo momentos de pasión e intimidad, se transformó en el bálsamo de un episodio de depresión que se empezó a gestar en mí como un miniagujero negro desde mi crisis de TOC. Todo lo planeado, lo invertido, lo coordinado, de repente se encontró con una flexibilidad que ni yo sabía que tenía: poder soltar las expectativas. Llegamos de viaje y la vida tan graciosa como siempre, le ha puesto la cereza a tanto caos: la terminación del contrato laboral de mi esposo.
Mientras en este plano terrenal en el que soy esta mujer, una tal Luisa Oviedo, viviendo todas estas muertes, duelos, pérdidas, noticias inesperadas, cosas tan comunmente humanas, por allá del otro lado cuántico, álmico, astral o como le quieras llamar, la que es mi esencia más pura, está muerta de la risa por haber elegido tremendos aprendizajes de un solo golpe.
Pero es ahí, en el que dejo el "a simple vista" y voy a profundizarme, me busco en lo más íntimo de mí misma, nado hacia abajo, buscando esos seres extraños que viven en el fondo del mar a ver si puedo preguntarles el -para qué -de todo esto.
Para mi más grande sorpresa, me he encontrado conmigo misma, intercambiamos lugares y heme aquí, viviendo uno de los viajes más psicodélicos posibles en la experiencia humana: la consciencia de mi propia evolución.
Así que me apodero de ese animal salvaje que parece un pez con patas y ojos felinos y voy mudando entre andanzas, pasos, bailes, muertes, rituales, las pieles de lo que fui antes. Voy dejando rastros de lo que fui y no seré más, en esta jungla que me ha sido revelada cuando por fin tengo la valentía para adentrarme en ella y tragará las ofrendas de lo que fui, las hará parte de sí, mientras yo sigo buscando mi nueva forma y encuentro un refugio en donde pueda terminar de mutar.
Aquí, en medio del caos que me resulta la jungla, siendo un animal que no había sido jamás (o así se siente en este momento), he entendido que aunque lo he perdido todo, también lo he ganado todo. El ser capaz de usar mi poder más salvaje, mi valentía, mi fuerza, el coraje, mi creatividad, el miedo como motor, la rabia interna como ánimo, es toda una victoria. No estaría aquí si no pudiera con ello. No tendría esta forma si no me hubiera entregado al caos. No tendría todo este espacio para crear, si no hubiera soltado lo conocido. No tendría esta valentía si no me hubiera permitido sentir todo el miedo.
Como suele pasarme, que llegan a mí chispazos de comprensión en los momentos más inesperados, hoy en medio de los árboles imponentes, me ha caído un haz de luz en el cuerpo que habito y como por arte de magia, escucho mi propia risa del otro lado de la aventura, me he señalado mi propio camino con compasión, con olores tiernos, con símbolos amistosos, con marcas bondadosas.
Y entonces me digo fuerte y claro: "Ya estuve aquí."
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